Campanas de Libertad

Honeste vivere, alterum non laedere, suum cuique tribuere.

04 agosto 2007

El Cristo de Anchieta

¡Qué bella ciudad es Pamplona! Sus amplias avenidas repletas de árboles y jardines. Sus estrechas callejuelas en el barrio viejo. Su plaza del Castillo con el legendario café Iruña. Hacer turismo por Pamplona es algo diferente. Se podría decir que los vecinos de esta ciudad se sienten llamados a orientar a cualquier visitante: es la cultura de hospitalidad tan arraigada desde hace siglos en todo el Camino de Santiago.

El plano en una mano y la cámara en la otra. Sarasate, Mercaderes, Estafeta, San Fermín, el Ayuntamiento… Callejeando nos encontramos de frente con su imponente Catedral. Parece que va a celebrarse una boda. El novio espera impaciente en la gran puerta principal que hoy se encuentra abierta de par en par. Hay mucho barullo de gente. Familiares y amigos charlan con ese acento característico que identifica a las gentes del Norte de España.

Esquivamos el tumulto por una puerta lateral. Entramos. Hay silencio. Me santiguo en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Todo está muy bien cuidado. Parece nueva: las piedras de sus columnas, los rosetones, las brillantes vidrieras… Los turistas nos movemos sigilosos por los pasillos. En los bancos hay gente sentada diciendo sus oraciones. Una anciana está clavada de rodillas sobre la piedra hablando con una imagen de la Virgen. Veo dolor en su rostro, sufrimiento.

Fotografío con sumo respeto cada rincón de aquel precioso templo. La iluminación natural se cuela por cada una de sus vidrieras de vivos colores formando preciosos reflejos sobre el suelo.

Suena el órgano. Están practicando para la celebración de la boda. Una joven canta el Ave María. El entorno es precioso, casi podría afirmarse que divino. Invita a orar.

Un crucifijo colgado al otro lado de la nave ha llamado mi atención. Me acerco cargado con mi cámara réflex. El cuerpo de Jesús parece retorcido sobre la cruz. Me dispongo a fotografiarlo desde abajo, cual si estuviéramos los dos en el mismo Calvario en que ocurrió todo. La perspectiva es la misma que pudieron observar hace dos mil años San Juan o la Virgen María. Aunque, pensándolo bien, también desde donde yo estoy ahora situado el legionario Casio Longinus clavó su lanza en el costado de Jesús.

Disparo mi cámara. Verdaderamente Jesús se está retorciendo de dolor en su cruz. Es impresionante. Acerco el zoom para poder fotografiar su cara. Está sufriendo como nunca ha sufrido ningún otro hombre. Agoniza, quizá acabe de morir. Es estremecedoramente real.

Un amargo escalofrío hace que me detenga a pensar en lo que estoy haciendo. El órgano se ha callado, hay silencio en la Catedral. Parece que sólo estuviéramos los dos: Jesús y yo. No oigo a los invitados a la boda. Estamos en otro plano, en el monte del Calvario. No hay nadie más. Él está sufriendo y yo fotografiándole en ese trance. Me siento mal. Tristemente culpable. Nunca una imagen de la crucifixión me había hecho sentirme así. El padecimiento que se refleja en su rostro es realmente desgarrador.

Con los ojos humedecidos en lágrimas disparo otra fotografía. Apesadumbrado le pido perdón. ¿Acaso no sirvió de nada tu sacrificio? Los visitantes pasan por delante de Él como si allí nada estuviera pasando: con insolente desinterés. No entiendo que ocurre. Quizá sea una imagen ya demasiado vista. Lloro contemplando sus heridas.

Siento tristeza y compasión. ¡Qué gran misterio! Un tío tan insignificante como yo sintiendo lástima por el mismísimo Hijo de Dios. El pánico me hace reflexionar, no somos nadie. El dolor y la muerte siempre nos ganan la batalla. Pero una frase viene a mi mente como caída del cielo: ‘No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, que el alma no pueden matarla’. Él se la dijo a sus discípulos.

Parece que el sol entra ahora con más fuerza por las numerosas vidrieras de la Catedral. La luz se abre camino dentro de aquella capilla. Jesús resucitó al tercer día. La vida siempre vence a la muerte.

Guardo mi cámara. Cerca hay unas velas encendidas. Al lado un puñado de estampitas con la imagen del Cristo de Anchieta y una oración anónima titulada A Cristo Crucificado.

No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.

Tú me mueves, Señor; muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido;
muéveme ver tu cuerpo tan herido;
muéveme tus afrentas y tu muerte.

Muéveme al fin, tu amor, y en tal manera,
que, aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y, aunque no hubiera infierno, te temiera.

No me tienes que dar porque te quiera;
pues, aunque lo que espero no esperara
lo mismo que te quiero te quisiera.

El órgano de la Catedral de Pamplona vuelve a sonar con renovada alegría. Ciertamente es el sonido de los ángeles. El novio espera a los pies del altar mayor. Ya entra la novia, de blanco. Se la ve radiante y feliz. Hoy es un gran día para ellos, nunca lo olvidarán. Yo tampoco.

Raúl Sempere Durá

Este artículo también ha sido publicado en Forum Libertas, Periodismo Católico, Almudí, Opino y Diario Siglo XXI.

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12 Comments:

  • At 7/8/07 23:07, Anonymous Anónimo said…

    Como siempre, Raúl, disfruto con tu pluma, que se desperdicia lastimosamente, es mi opinión, en revistas donde no siempre te dejan decir lo que piensas.. ¡a estas alturas de la película..., qué triste!. ¿Acaso tú y yo pensamos de la misma manera respecto a muchos temas?. Ambos sabemos que no. Pero yo me dejaría cortar un brazo para que tú pudieras manifestar tus ideas con libertad.Amparo Lastagaray

     
  • At 8/8/07 19:52, Anonymous Anónimo said…

    Santiago de Querétaro, México a 8 de agosto del 2007

    Sr. Raúl:

    Lo felicito por su conmovedor artículo que salió en Hispanidad acerca del Cristo que vió.
    Ojala ese fuera el mismo pensar de todos los que visitan las Iglesias de España y del mundo.

    Que Dios lo bendiga.

    Atentamente: María Teresa Alba

    P.D. Yo siempre he sabido que la oración que puso --"No me mueve ......" la compuso San Francisco de Asis. Da igual el autor, pues a las claras se ve que era un alma enamorada de Dios.

     
  • At 9/8/07 18:39, Blogger Juan said…

    Raul, te agradezco mucho tu artículo, que, estoy seguro, hará bien a mucha gente.
    Cada vez que vaya a la catedral de Pamplona me fijaré en esa imagen de una forma más "especial".
    Abrazos,

    Juan Gª-Vaquero

     
  • At 10/8/07 11:16, Anonymous Anónimo said…

    Mis felicitaciones por vuestra carta (La Catedral de Pamplona), aparecida en "Hispanidad" Noticias, de la fecha. Una verdadera meditacion ante el Cristo Crucificado, tan necesaria en el Mundo de hoy, ajeno a la Verdadera Fe.

    Jorge
    Montevideo-URUGUAY

     
  • At 10/8/07 11:25, Anonymous Anónimo said…

    También a mi me ha impresionado tu crónica desde la catedral de Pamplona. Has hecho que algunas lágrimas se deslizaran por mis mejillas. Y es que ÉL, AUNQUE MUERTO, VIVE.

    José A. Muñoz

     
  • At 10/8/07 11:30, Anonymous Anónimo said…

    Gracias por la hondura de tu reflexión en pleno mes de vacaciones.

     
  • At 14/8/07 10:26, Anonymous Anónimo said…

    Estimado D. Raúl:

    Me llamo Mariana, soy de Madrid. Me dirijo a usted porque he leído su carta al director del periódico digital Hispanidad, la que aparece publicada con el título "la catedral de Pamplona". Sólo quería decirle que es la carta al director más hermosa que he leído jamás (y ya han caído unas cuantas).

    Dichoso usted por su íntimo encuentro con Nuestro Señor en esa iglesia. Y le diré algo: En esa frase de Cristo que usted dice que llegó a su mente como caída del Cielo, yo quitaría el "como". No soy una experta en oración, pero creo que el Señor responde muchas veces de ese modo. Su carta me confirma, una vez más, este extremo.

    He visto la foto del Crucifijo, que aparece publicada con la carta. Impresinante, efectivamente. La próxima que vaya a Pamplona, si Dios quiere, iré a la catedral, lo buscaré y le pediré por usted. Pídale usted a él también por mí, por favor, aunque no me conozca y aunque sólo sea por un segundo. Ninguna oración está de más.

    Le agradezco mucho su atención y el haber hecho pública la existencia de este Crucifijo y su experiencia ante él. Que Dios le bendiga.

    Mariana

     
  • At 16/8/07 13:17, Anonymous Anónimo said…

    Me ha conmovido mucho tu artículo sobre el Cristo de Anchieta, tanto por el contenido como por el estilo. Es de verdad un misterio que podamos sentir compasión por el Hijo de Dios. Pero Él nos ha salvado por el bautismo y ya no somos unos "tíos" sino unos hijos de Dios. Ante la amenaza de la indiferencia podemos acudir a la confesión para lavarnos y a la Santa Misa para fortalecernos. Estos dos sacramentos no es el final de la vida cristiana sino la fuerza para iniciarla una y otra vez, las veces que hagan falta.

    David

     
  • At 24/10/07 21:06, Blogger Alberto Tarifa Valentín-Gamazo said…

    Yo también lo encuentro "conmovedor", ha sido un buen aterrizaje en este lugar del ciberespacio; procuraré volver con la frecuencia que pueda y establecer una relación fecunda.
    Ya sé qué visitar la primera vez que vaya a Pamplona.

     
  • At 5/11/07 18:22, Anonymous Anónimo said…

    Magnifico articulo, lo que no veo normal es que te lo publiquen en el actual mason aragonliberal.com de donde han echado a varios buenos catolicos ... pero oye, adelante, ojala los conviertas tu con textos como este.

     
  • At 10/11/07 02:22, Anonymous Anónimo said…

    Hola Raúl:
    Dices en tu preciosa entrada -que ya había leído, creo que en Forum Libertas, pero de la que he disfrutado muchísimo más esta vez-"siento tristeza y compasión. ¡Qué gran misterio! Un tío tan insignificante como yo sintiendo lástima por el mismísimo Hijo de Dios. El pánico me hace reflexionar, no somos nadie. "
    Sí y no... Es muy grande que Dios se haga tan pequeño que primero le vemos como niño, y luego como criminal, olvidado y despreciado por todos.
    Pero un libro que tengo "Culto al Corazón de Cristo" dice lo siguiente:
    "Vemos históricamente que de la contemplación del Traspasado, de donde brota la vida de la Iglesia, típica de los primeros siglos, a la veneración llena de compasión del Crucifijo, propia del medievo, a través de la práctica del culto al Corazón de Jesús, característica de la época moderna, se llega a aquel "modo especial en que Dios revela también su misericordia cuando solicita al hombre MISERICORDIA HACIA SU PROPIO HIJO, hacia el Crucifijo".

    Y esto, una vez más, ¡es muy grande!

    Laura
    http://www.lacoctelera.com/meeting-media/

     
  • At 19/6/09 10:04, Anonymous frid said…

    Al ser poesía pura, y lejos de la tensión de la política... ¿te parece que incluya nuestra web: www.aragonliberal.es entre los que te publiquen? Lo haría el lunes.
    frid

     

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